jueves, 25 de agosto de 2011

Capitulo 4: Pesadilla.


Sentía el sol en mi cara, y el viento através de mi vestido blanco que llevaba puesto. Sentía la arena bajo mis pies descalzos.

No estaba sola, mi perro Paúl, estaba conmigo. Corríamos por lo que parecía ser una playa, jugando en la orilla.

Estaba riendo.

Por primera vez, después de 3 semanas de puro infierno, estaba riendo. Y se sentía bien.

No tenia nada por el cual preocuparme, me sentía libre.

El día estaba hermoso. El sol en lo alto otorgaba calor; calor que mi piel sentía.

Mientras admiraba ese bello día, pude oír a Paúl ladrar a lo lejos. Ya no estaba a mi lado. Baje la mirada para buscarlo y no lo vi en la orilla.

-¿Paúl?- lo llame. –Ven aquí, muchacho ¿Dónde te metiste?- reí.

Volví a oír su ladrido. Esta vez venia del bosque.

-Paúl, ven aquí muchacho.- lo llame desde la playa. Pero esta vez no contesto.

Me adentre al bosque, descalza como estaba.

Todo estaba húmedo y en sombras. La luz apenas traspasaba las copas de los inmensos árboles que allí había. Todo estaba en silencio, no había ni siquiera el sonido del viento al pasar por las ramas de los árboles.

-Paúl ¿Dónde estas?- volví a llamarlo, sin respuesta aun.

Cada vez me adentraba más al oscuro bosque. Algo no andaba bien. Paúl nunca se alejaba así de mí.

A mitad de mi camino, había un inmenso tronco tirado. Lo salte y caí sobre una astilla que perforo mi pie derecho.

Si bien el rascuño era pequeño, brotaba sangre por montón. Me levante y seguí caminando, sin darle importancia a mi pie.

-Paúl ¿Dónde estas?- lo llame, esta vez silbé; pero no había respuesta.

Empecé a desesperarme. A tener miedo.

Seguí caminando, llamándolo una y mil veces, gritando su nombre y silbando. Todo sin respuestas de el.

-¡¡Paúl!! Ven aquí… ¿Dónde estas? Sal ya, muchacho… ¡¡Paúl!!

La desesperación y el miedo crecían en mi pecho. Se estaban volviendo uno.

Mis ojos barrían todo el bosque, en busca de el. Mis gritos se volvían ecos ante el bosque oscuro y silencioso.

Había caminado tanto por aquel bosque, que ya me encontraba cerca del otro extremo.

No había rastros de mi perro.

Volví a gritar su nombre y a silbarle, esta vez en dirección hacia aquella salida opuesta. Y con ella trajo un olor. Un delicioso olor. Mis pulmones se llenaron de ese delicioso olor.

Inconcientemente lo seguí.

Para cuando estaba llegando hacia aquella salida opuesta del bosque, pude oír un chillido. Era Paúl.

Salí corriendo del bosque. Y allí lo vi. Tirado en medio de aquel prado. Estaba sangrando.

-¡¡Paúl!!- grite, con dolor y tristeza. Pero en cuando quise correr hacia el, caí.

Cuando levante mi vista hacia donde el estaba, la vi. Estaba de cuclillas sobre el. Su boca en el cuello de Paúl.

En ningún momento desvío su mirada hacia mí.

-¡¡Nooo!!- grite. Mi voz se cargo de horror y tristeza; sentía mis ojos húmedos. Estaba llorando.

Para cuando me incorpore y corrí hacia el, la mujer me miro y sonrío, dejando caer el cuerpo de Paúl sin vida sobre el suelo, incorporándose lentamente.

En un parpadeo, la tenía frente a mí. Observándome fijamente, contemplando cada parte de mí.

Yo solo podía mirar a Paúl, sin vida.

-¿De veras creías que lo tenias bajo control?- me dijo sonriendo. Su voz me era familiar. Pero seguí sin mirarla a la cara.
-¿De verdad creíste que podrías manejarlo? ¿A caso no lo ves? Soy parte de ti ahora.- dijo. Y en cuanto lo dijo, la mire.

Su piel brillaba bajo el sol. Era como si miles de diamantes resaltaran de aquel rostro pálido y ojeroso.

Sus ojos eran oscuros, y, alrededor de de su iris, había un color que no iba con los que tenia en el centro. Eran una línea que contorneaba aquellos ojos de color miel oscuros, una línea roja, como la sangre.

Mi shock se volvió más grande al ver esos ojos; los reconocía.

Eran los míos. Mis ojos.

Tuve que apartarme un poco, y pude contemplar su cuerpo. Llevaba unos jens desgastados, una sudadera negra y estaba descalza.

-No puedes escapar de lo que eres.- me dijo sonriendo. –Nunca podrás hacerlo.- su voz era amenazante y dulce al mismo tiempo.

Me quede paralizada al verla. Era como mirarse a un espejo.

No podía ser… no era yo. Esa no era yo, pensé una y mil veces.

-OH, claro que lo eres.- dijo de nuevo, esta vez en tono de diversión. –Esta eres tu.- se señalo a si misma. –O mejor dicho, yo soy tú.- río divertida por mi shock.

Negué con mi cabeza una y otra vez.

Ella se río. Su riza hacia eco en aquel prado.

-¡Yo no lo mate!- dije, mi voz estaba cortada por el horror y el dolor de aquella escena.
-Si, tú lo hiciste. Tu mataste a tu querido y pobre pero.- dijo divertida e imitando sentirse triste ante aquel hecho.
-¡Noo! ¡No lo hice!- grite. -¡¡Yo no lo hice!!
-Y no solo mataste a tu perro, sino también al pobre de Billy; el que tanto confió en ti.- dijo señalando con la cabeza hacia donde estaba el cuerpo de Billy.

Todo a mí alrededor se volvió oscuro en ese instante.

Todo daba vueltas.

-¡Yo no lo hice!
-¡No soy un mounstro!
-¡Yo no lo hice!
-¡Yo no los mate!

Ella solo se reía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario